Mi papá (Isaias) era un hombre criado al estilo europeo a la antigua.
Junto con mi mamá (Anita) tenía un negocio de mueblería y colchonería donde todo se cobraba y se pagaba con dinero en efectivo. Nada de cheques, ni Bancos, ni cosas raras.
Hasta que un día, allá por los años sesenta y pico ... apareció un cliente diciendo que tenía un negocio y quería comprar varios colchones y almohadas. Eso sí ... le iba a pagar con un cheque.
La venta era “grande”, era mucha plata... y estaba haciendo falta. Papá se tentó. Le preguntó al comprador dónde tenía el negocio. Fue a verlo, y después de verificar que, efectivamente, en aquella dirección había un negocio de mueblería y colchonería, recibió el cheque y le entregó la mercadería.
A los tres días el cheque vino devuelto sin fondos. Hacía poco tiempo que yo me había recibido de abogada, así que Papá me llamó y juntos fuimos hasta el negocio que él había visitado pocos días antes. El lugar estaba cerrado, con faja de clausura y un policía en la puerta.
Siguiendo las indicaciones del agente fuimos hasta la Comisaría de la zona donde se estaba haciendo un sumario por estafa.
Mientras Papá hacía la denuncia yo pedí hablar con el Comisario.
Le dije que quería hablarle como hija y no como la abogada del damnificado. Le expliqué que lo que mis padres habían perdido era el fruto de mucho tiempo de trabajo, en fin ... que era un golpe muy duro para ellos... Y le rogué que si secuestraban aunque fuera algo de la mercadería que por favor no dejara de llamarme.
Al poco tiempo me llamó el Comisario y me dijo que habían encontrado parte de la mercadería ... que fuera con papá para reconocerla y luego recibirla. No podíamos creerlo! La casa de mis padres desbordaba de alegría.
Cuando al día siguiente llegamos, el Comisario, nos explicó que en un depósito habían encontrado varios colchones y almohadas y que, como papá tenía la factura que acreditaba la venta de diez colchones y 20 almohadas, en cuanto las reconociera se podía llevar todo.
Nos condujo a una habitación donde había de todo. Desde bolsas de azúcar hasta ruedas y llantas de automóviles y, de frente a nosotros, los colchones y las almohadas.
El Comisario dijo: “Bueno amigo, acá está todo”.
Y papá dijo:”Pero esta mercadería no es la mía”
Comisario: “Pero sí mi amigo! Es la suya!”
Papá: No, yo sé que no es. Eso es de la fábrica Pirelli
Comisario (fastidiado): Y cómo lo sabe?
Papá: Porque para que nos salga más barato mi señora fabrica las fundas y esas no son las que ella hace...
Entonces el Comisario me dijo que lo lamentaba mucho, que no había más nada que él pudiera hacer, y que si tenía más novedades (lo que dudaba mucho) me llamaría nuevamente.
Cuando salimos, muy enojada le dije a mi papá: “Pero, qué hiciste? No te diste cuenta que el Comisario quería ayudarte? A Pirelli no le hace ni cosquillas perder 10 colchones y 20 almohadas y para ustedes es terrible!
Y Papá, con la misma expresión serena de siempre, me contestó:
Y vos creés, hija, que yo viví honestamente toda mi vida para empezar a cambiar a esta edad?No dije nada más. Lo tomé del brazo mientras caminábamos lentamente para volver en colectivo. No pude evitar que una lágrima, mezcla de orgullo y ternura, cayera por mi cara.
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